domingo, 18 de enero de 2015

Empezar desde fuera


Me vi obligada a escribir en un momento de mi vida en el que necesitaba desahogarme y sacar toda la rabia de dentro de mí para poder seguir haciendo mi vida. Nunca supe los efectos tan positivos que me produciría el escribir, así que seguí haciéndolo hasta que ya no lo necesitaba. Pero me gustaba encerrarme en mi burbuja y entenderme mejor que a mí misma cuando me releía una y otra vez, cuando leía pasajes antiguos o un mismo pasaje recién horneado. Inconscientemente he ido asociando la idea de escribir a un estado de necesidad absoluta, cuando en realidad no tiene que ser así. No quiero que sea así.


Llevo viviendo fuera de casa casi 5 meses (con Navidades por medio) y siempre he querido empezar un blog para mí misma, para ir releyendo a medida que van pasando cosas. Sobre todo quiero tener un bonito recuerdo de esta experiencia, en la que a veces me cuesta no acordarme demasiado de mi querida Valencia. Pero siempre quise salir de allí, de la ciudad que me ha visto crecer durante mis 22 años de vida. Siempre he querido experimentar, salir de la rutina, cambiar gentes, escenarios y ambientes, echar de menos mi casa, mi familia y amigos y ponerme a prueba a mí misma. Todo ello aun siendo consciente de lo casera que soy pero sabiendo que si no vivía algo así, con la suerte que es poder permitírselo y las cosas que sé que aprenderé consciente e inconscientemente, me iba a arrepentir toda mi vida. Y lo he hecho porque quiero. Porque desde que terminé el colegio y empecé la universidad he querido vivir en mi propia piel lo que es salir del nido durante mucho tiempo y cambiar de país. Nunca es tarde para empezar a escribir, o para darse cuenta de que escribir no solo es necesario, sino que también placentero. Quiero ir leyéndome a medida que mi vida en Groningen va avanzando. Quiero comparar situaciones, quiero ver cuando se vaya acercando el final que cosas eran las que escribía cuando aún tenía mucho camino por delante.


En los 4 meses vividos fuera he sido una persona distinta a la que conozco en Valencia. Es muy común no hallarte a ti mismo en otra ciudad porque es muy fácil ser quien eres con la gente que te ha hecho ser quien eres. Pero cuando desaparecen de tu ángulo de visión, cuando no los escuchas reír ni te dan la seguridad de que por muy malo que sea el chiste siempre sabrán que justamente contaste ese chiste por lo malo que era, cuando no puedes tocar a los que te siempre te elevan con un simple abrazo… es ese preciso momento en el que te das cuenta de que tu vida empieza de cero con otro escenario y otros personajes que te acompañaran durante meses. Es importante darte cuenta lo antes posible de hasta qué punto cambiará tu vida, pero saber que siempre podrás volver a la tuya y serás exactamente la persona que dejaste allí. Tu cambio siempre dependerá de las experiencias que vivas en el exterior, pero en el fondo estarás siendo tú mismo. Por suerte he podido comprobarlo cuando volví a Valencia por Navidad. Nada cambió, todo el mundo estaba igual y se me olvidó rápidamente mi vida en Groningen. Se me hacía tan lejana que me dio miedo que se acercará el día de volver. Estuve tan a gusto en mi casa que me sentí cobarde. Cobarde porque quería quedarme, porque todo era mucho más fácil, porque pensé que una experiencia de 4 meses tampoco estaba tan mal. Pero no podía decir todo esto en voz alta. No podía decirlo porque habría sido muy injusto para mi madre, quien jamás entendió mi decisión por irme tanto tiempo (10 meses no es tanto tiempo, pero sí lo es al compararlo con los 5 meses que iban a ser de partida). Siempre quise irme un año, hasta que me fui. Tampoco era justo porque realmente aquí en Groningen no estoy mal. En la residencia estoy a gusto, he conocido a chicas con las que paso los días, aunque a veces siento que no pertenezco a sus mundos, pero al fin y al cabo hemos encontrado cierta compenetración. Tengo a alguien con quien contar y ellas cuentan conmigo. Pero no son mi secta, mi mundo, ni de lejos. Menos mal que desde que lo sé, soy consciente de que nadie será ni me hará sentir jamás la felicidad que siento cuando estamos todas juntas.

El caso es que no tengo derecho a quejarme, porque he hecho exactamente lo que siempre quise hacer. Y ahora sé que si de mí dependiese, mi vida se quedaba en Valencia. Que a partir del año que viene quiero volver a vivir allí. Que quiero acabar mi formación en mi ciudad y vivir allí. Que si de mí dependiese, y espero que pueda depender de mí, mi vida han sido mis 22 años de vida. Esto que estoy viviendo es algo necesario para darme cuenta de lo mucho que quiero y lo mucho que necesito mi antigua vida. Jamás me voy a arrepentir de esta experiencia y la voy a disfrutar al máximo, porque estas cosas solo se viven una vez. Y siempre daré las gracias a este año de mi vida por ayudarme a ver lo que no podía ver atrapada en Valencia.


La universidad de aquí me asusta bastante. Mañana tengo una reunión con el profesor que me ha propuesto proyectos y tendré que decidir ya cual haré a partir de febrero. Me da mucho miedo el hecho de hacer el proyecto. Tengo miedo de fallar, de no ser capaz, de no entender o de necesitar alguien detrás de mí, o simplemente a mi lado, para explicarme lo que no entiendo. Siempre he tenido apoyos en la carrera, siempre he tenido ayuda cuando no sabía hacer las cosas. No quiero sentir que me creí demasiado por pensar que podría lograrlo sola y fuera. Me da miedo no volver con la carrera acabada y no poder empezar el Máster en Diseño de Interiores que tanto ansío hacer. Por poder especializarme en lo que de verdad me gusta, porque aquí la universidad me aleja de mis preferencias y me lleva en otra dirección. Lo aguantaré porque es lo que he de hacer, pero tengo una voz en la cabeza que constantemente me recuerda que nunca quise hacer un proyecto de fin de carrera como el que estoy a punto de  empezar. Miedo es no estar motivada con mi trabajo, hacer algo a disgusto y hacerlo mal por consecuencia. Tendré que dejar ver estos primeros meses, hasta marzo, para ver cómo voy avanzando. Ojalá pueda leer este texto ya con 23 años cumplidos y que no haya ido tan mal. Ojalá no se cumplan todos mis miedos.

Por otro lado tengo muchísimas ganas de que vengan a verme mi gente. Mi madre, mi padre, mi hermana y Thomas, mis amigas e incluso mis tíos. Serán rupturas en mi rutina que me harán sentirme más yo, cuando aquí no logro encontrarme a mí misma muchas veces. Encuentro a otra yo, que no me disgusta tampoco, pero aun no le tengo confianza. Y la confianza aporta toda la comodidad, comodidad que echo en falta. Quiero enseñarles como me he hecho al lugar, como he conseguido que mi habitación sea acogedora para mí y como estoy viviendo y aprendiendo a caminar sola.


El erasmus es una experiencia única. Hay que vivirla. Hay que exprimirla. Y hay que conocerla a fondo para que cuando estés de vuelta al lugar que echas tanto de menos, llamado “casa”, te des cuenta de que este lugar de dio luz durante 1 año importantísimo de tu vida. Echaré de menos estos pasillos que ahora mismo tanto aborrezco. Echare de menos la bici pintada de amarillo que ahora mismo tanto me cuesta coger. Echare de menos la gente que he conocido, a ellas, cuando aquí hay veces que las echo de más. Echaré de menos hasta la cocina compartida. Echaré de menos levantarme y saludar a todo el mundo. Por eso prefiero ser consciente, escribirlo y saber que lo supe. Quiero salir ganando de esta. 

Feliz 2015 en Groningen


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario